EL VIAJE

Pongamos por caso lo siguiente: imaginemos que cualquiera de nosotros, ciudadanos anónimos y desconocidos, nos liamos la manta a la cabeza un buen día y nos montamos en un avión rumbo a una isla caribeña. Resulta que cuando llegamos allí, en lugar de explicarles a las autoridades la verdadera razón de nuestro viaje, mentimos y decimos que solo vamos a hacer turismo. En realidad, hemos viajado para reunirnos con destacados miembros de la disidencia, conocidos opositores apoyados por la jerarquía católica de la isla. Se nos ha olvidado explicar que el lugar al que hemos llegado no es un estado democrático, sino un país que a principios de los años 50 vivió una revolución y, desde entonces, es gobernado por unos señores barbudos de ideas comunistas. Y esos señores no ven con buenos ojos que un supuesto turista se inmiscuya en actividades políticas consideradas subversivas.

ROSA ORTIZ

Martes, 10 de mayo 2016, 06:48

En el aeropuerto de La Habana ?a estas alturas es fácil deducir que estamos en Cuba-, hemos alquilado un coche y en algún punto de la ciudad hemos recogido a Oswaldo Payá y a otro conocido disidente, Harold Cepero. Con nosotros viaja, además, un joven cachorro de la derecha sueca, presidente de la Liga Juvenil Democrática Cristiana de ese país. Enfilamos la carretera Las Tunas-Bayamo camino de Santiago. Hay un par de kilómetros en reparación, con abundante gravilla en el pavimento y debe conducirse con precaución. Pero nos gusta correr, tanto que en nuestro país ya nos han quitado el carné. 45 multas de tráfico desde marzo de 2011. Total, que a todos los efectos, no tenemos permiso de conducir. Aún así, qué más da: somos jóvenes, aventureros y alocados y ponemos el Hyunday a 120 por hora por esas carreteras del Señor. De repente, nuestro coche se sale del carril, se choca contra un árbol y mueren los dos disidentes. El sueco y nosotros resultamos heridos leves. Nada ha salido como estaba previsto. Nos llevan a juicio y nos condenan a cuatro años de prisión por homicidio culposo. Acabamos encerrados en la prisión "100 y Aldabó" de La Habana.

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Seguramente, si algo de esto le hubiera ocurrido a cualquiera de nosotros, ahora mismo seguiríamos pudriéndonos en esa cárcel cubana. Muy posiblemente, las autoridades de los dos países no habrían pactado nuestra extradición tan rápidamente ni nuestro Gobierno habría redoblado sus esfuerzos diplomáticos para sacarnos de la isla. Tampoco habría mandado a dos subdirectores generales de Exteriores y Justicia para pactar nuestra liberación ni se habría buscado tiempo en una cumbre internacional (la Iberoamericana celebrada en Cádiz) para agilizar "una solución al conflicto". Al llegar aquí estaríamos sin trabajo, no saldríamos en las noticias ni habría lideresas pidiendo una investigación internacional sobre nuestro caso. Pero no somos Ángel Carromero, uno de los terceros grados más rápidos que se recuerdan en este país y que acaba de pasar en casa su primer fin de semana en libertad. Al final, va a ser cierto: que no hay nada como la familia, aunque sea la política.

 

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