'El Mapa Finito (III)'

Haciendo extensible el periodo de modernidad y replanteamiento estatal al siglo XVIII, han trascurrido más de tres siglos de corrientes intelectuales y librepensadoras, iniciadas con la ilustración -superando graves escollos y periodos de cruel guerra civil y censura- nos encontramos que a comienzos del siglo XXI vivimos en un país dominado por el capitalismo brutal y la estructura eclesiástica. El temor divino y la fidelidad intocable a la fiereza de los mercados rigen las pautas de quienes deciden el diseño de nuestros derechos y obligaciones, lejos ?muy lejos- de la sociedad futurista y empírica que hubiésemos imaginado tener hoy a principios de los años 80.

Francisco Javier Fernández Espinosa

Martes, 10 de mayo 2016, 06:37

 

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El desarrollo invertido de la concienciación racional del hombre, aun considerando un margen de error previsible debido al condicionante emocional, desemboca en este periodo de crisis secuestrada, tan vieja y tan nueva, capaz de mutar y desarrollar nuevas expresiones para alienarnos en convivencia de un tribunal todopoderoso, con sucursales en los templos monoteístas, gasolineras y cajeros automáticos, sin piedad en cada palmo de tierra, la que nos alimentó y ahora pareciera un campo yermo esperando la recalificación de tumbas.

Huyendo del tono apocalíptico, en un entorno desilusionante ha de surgir un método pedagógico y responsable, que no castigue ni penalice al habitante con menos posibilidades a la par que tampoco desmonte lo ya conseguido. En una balanza justificadora, las reformas y restructuraciones estarán a un lado, mientras que los derechos consolidados y el desarrollo progresivo habrán de aparecer como contrapeso, en beneficio de la sociedad. Lo más fácil es suprimir activos plurales para compensar inquietudes particulares, lo que nos perjudica a todos. Nos quieren convencer de que uno es mucho, dependiendo para qué, y cien son pocos, dependiendo para quien. Es un sistema inversamente proporcional a la sociedad, austero y precario en lo sensible, pero magnánimo y generoso con lo opaco y tal vez oscuro.

Es más fácil interrumpir los procesos de financiación que redundan en la pluralidad y democratización descentralizadora, independientemente de la ideología de sus gestores, amparada por la alarma mediática intencionada de casos aberrantes (en un intento de que el público lo confunda todo en un mismo saco), que intentar una racionalización personalizada de las necesidades de cada territorio, en un ejercicio limpio y de legitimidad democrática. Sin embargo el desprestigio de personas al servicio público, convertidos en dianas para su vapuleo y linchamiento por la contaminación sufrida por algún garbanzo negro, ha armado de valor a quienes tenían entre ceja y ceja el retroceso y la condonación de competencias de las estructuras administrativas periféricas. Hay que pedir cuentas desde un punto de vista constructivo, defendiendo los intereses de las personas y no los de unas siglas.

Conjugar la experiencia con la ilusión. La madurez con la juventud. Así hemos evolucionado tradicionalmente, desarrollando una sociedad basada en el pasado, presente y futuro, con los tiempos verbales muy claros. Seguro que prácticamente nadie quisiera retroceder. Hay que aprender de la historia para planificar el presente y diseñar el futuro, por encima de lo que piensen las multinacionales, las cuales se benefician de las épocas de depresión y de la precariedad.

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La proliferación de grandes emblemas patrios en las avenidas y rotondas sirvió de aviso de que los símbolos autonómicos pasaban a un segundo plano. Se inició un debate impuesto en el que se medía el patriotismo, considerando al modelo regionalista como el causante de los graves males de la situación socio-económica del país. Simplemente irguiendo banderas

nacionales se banalizó y condenó la gestión regionalista y local. Pero esas banderas nos representan a todos, también a los que creemos a fe ciega en un concepto de gestión responsable y cercana, descentralizada y moderna. No han de excluirnos por ello.

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Decía Nietzsche que "lo que tiene precio, poco valor tiene". Por eso, habría que propiciar un tratamiento diferente a las personas de las cosas, porque son el principal activo de la sociedad, sin las que habría política ni economía. El sistema ha de encajar en las personas, y no a la inversa. He reclamado insistentemente dedicación, conocimiento y personalización en los planes y modelos a aplicar sobre el terreno, sobre todo cuando tenemos entre manos los intereses y el futuro de una comarca con síntomas de anemia y puede que de depresión, por lo que no se puede combatir el hambre con canibalismo, devorando lo hasta ahora conseguido.

Recuerdo con nostalgia, a pesar de que tan sólo han transcurrido unos años, la corriente crítica y positivista que recorría el Almanzora, que derivó en la redacción del Manifiesto de Urrácal. El compromiso y las ganas de comprometerse, los objetivos comunes, la movilización, la tolerancia, el respeto, la solidaridad... Por entonces, los motines y las discrepancias intestinas de un color, y ahora la rigidez autista de otro, ejecutores con mano de plomo, contundente y fría, hace que quizás sólo hablemos de un proyecto imaginado por unos pocos, con los contornos de un mapa que puede que exista o puede que no, si finalmente es desintegrado en sentido e incrustado de nuevo en la anatomía provincial, en esa parte del cuerpo cercana al músculo y lejos de la mente, el estómago y el corazón.

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