Antonio 'El Ciego'

Antonio vino a nacer una tarde fría de invierno en el Parador de Arriba, aquel donde los bueyes descansaban y por donde todos los canteros subían a la sierra. 

Ideal.es

Martes, 10 de mayo 2016, 06:02

La chacha Rosita tenía ya varios hijos y este sería el "cabicotripa", el chacho Antonio con su tienda de viandas y su vino de Albondón, siempre tenía trabajo y alguna tertulia en la placeta de la casa. 

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Quiso la mala suerte que este niño no viese la luz, sus oídos serían sus ojos y sus manos su guía del camino. Pero aquello no le quitó su alegría, siempre estaba cantando, andando por las calles con su vara, recorría Macael de punta a punta, no había hombre, mujer o chiquillo que no le hablase o el conociera, como era posible que tan solo tocando tu cabeza sabia quien eras.

 

En el tiempo de verano, podías encontrarlo en las balsas del río bañándose con una jarca de críos a los cuales cuidaba, las madres mientras amolaban fregaderos o llevaban el cesto al arriero, sabia donde estaban las mejores higueras, las brevas y los higos pelotos que no comía porque los labios se le hinchaban con la sabia blanca.

Y cuando consiguió ir al futbol, ya fue su locura y su pasión, Atletic, su voz era tan tremenda que cuando animaba a su equipo todo el campo le seguía, corear y animar a los jugadores era su tarea de las tardes en el Campo de las Nieves.

Su amigo Paco Blas, Lalo, Magila, Antonio el de Ibi, y su primo Andrés, lo acompañaron más de una tarde en sus sesiones radiofónicas, con aquel programa de la Cruz Roja Juventud, "Ya están aquí los fantasmas",que cuando no llegaba algún contertulio lo llamaba por la emisora pidiéndole que se presentara allí. Y en las fiestas del Rosario le toco hacer los concursos, las cucañas y la animación de tarde, con las cuatro perras que nos daba el ayuntamiento y que gastábamos en la Migueleta para que no le faltase a los niños un detalle.

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Y después no sé como llegaron las monjas al barrio de las Latas, y allí que apareció Antonio el Ciego, aquella Anamaria, un tanto siesa, Carmen la Monja, Regina y no recuerdo más nombres de hermanas, montaron su casa donde un grupo de jóvenes comenzó a soñar con ser mayor, entre canciones, guitarras y aquel periódico de La Voz sin Voz, que escribíamos cada mes y los pamplonicas de verano que cantaban alegorías a la ETA.

Lijar, Chercos, fueron su campamento estival, tres o cuatro días en medio de la rambla o un bancal, con una tienda de campaña, sin poder lavarnos y comiendo las latas de conserva y el pan ya lo cogeríamos de la panadería, además del bueno. Y nos contaba aventuras de miedo aquellas noches de fuego de campamento y cambiaba tan sutilmente la voz que podía imitar a cualquiera, desde su primo Mellizo, al Sacristán, o cualquier humorista de moda.

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Y lo vestimos de monaguillo al lado de un cura, con unas pintas extrañas, recorrió todo el entierro de la sardina lanzando con el guisopo agua con vino en un cubo, y lanzó todos los arenques que pudo coger, sin ton ni son, riendo como sabia hacerlo, con su sonrisa única.

Y nos enseño sus libros de puntitos, con los cuales nos leía Miguel Strogoff, pasando sus yemas de los dedos con tal pericia que nos dejaba con la boca abierta, hasta que un día le mandaron un magnetofón gigante, y unas casetes con libros hablados.

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Recuerdo aquel libro que comenzaste a escribir sobre la historia de Macael, cuantas tardes visitando a las chachas, a la Mamalola, para que nos cantase aquel trozo de comparsa que grababas en tu memoria y después pasábamos a papel en aquella vieja máquina. Aquel Moros y Cristianos que rescatamos en un almanaque y nos faltaba la relación del General Moro, y la fiestas de Laroya con sus cuartetas, y las fiestas de Olula, haciendo autostop en el cruce.

También mi Antonio político, gracias por aquella mano en un mitin en Mojacar, con el programa traducido por la Once, no se a quien se le ocurrió ponerte en la mesa una lámpara para iluminar aquello, no sabían que tú eras capaz de leer en una noche de luna, como disfrutaron aquellos guiris con tus ocurrencias, además pienso que aquello hizo que el partido ganase.

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Y entretanto te fuiste a Laroya, a Almería, a Madrid, y Susana te dio tres hijos hermosísimos, eras feliz que es lo importante, y aunque no te haya visto en este último tiempo no importa sé que has sido libre, has vivido y ahora te has ido no se ha donde.

Donde estés seguirás viendo como lo has hecho siempre con los ojos del corazón, adiós Atletic, el ciego que veía con el alma.

Andrés Molina.

 

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