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Ideal.es
Martes, 10 de mayo 2016, 07:56
Según se reconoce en la documentación del Museo del Prado, esta obra formaba parte del conocido como "Prado disperso", una colección de más de tres mil obras que se esparcieron por todo el territorio español tras la anexión del Museo de la Trinidad en 1872, engordando notablemente los fondos y no disponiendo de suficiente espacio donde conservarlos de una manera medianamente digna. El obispo Orberá la envió a Cantoria para que se colgara en las paredes de su recién construida iglesia, donde pasó todo este tiempo resguardada de las inclemencias de las modas y las represalias civiles y militares del siglo XX. El conservador Miguel Falomir reparó en el cuadro inmerso en el proceso de preparación de un catálogo razonado sobre Tiziano, proponiéndose estudiar minuciosamente el lienzo que fue rescatado por el Prado hace una década para convertirse en un inquilino curioso del laboratorio donde se le ha estado buscando de manera paciente las características de su ADN artístico.
Dejó vacío el espacio donde residió y escuchó tantas plegarias quizás buscando sus propias respuestas, pero sin saber lo que ahora le espera, como cuando la fama llega de repente. Lo que parece seguro, es que el nombre de Cantoria aparecerá vinculado a la biografía de este genial representante de la humanidad.
Otro pueblo del Valle del Almanzora, que puede verse involucrado en un hallazgo similar, es el de Tíjola. Un cuadro de gran formato al que están habituados sus vecinos y devotos, ubicado en la ermita del Socorro, reúne indicios suficientes como para podérsele atribuir su autoría al maestro granadino Alonso Cano (1601-1667), pintor, escultor, arquitecto y diseñador, compañero de Velázquez, de con quien fue codiscípulo de Pacheco y encargado de la selección de nuevas obras para el Palacio del Retiro tras su incendio, siéndole además encomendada la labor de restaurar algunas piezas dañadas.
Alonso Cano consiguió un difícil equilibrio entre su ideal manifiesto de belleza y el realismo barroco, mostrando gran destreza en el trato del color, la importancia del estudio y la captación de la luz y el dominio de la tercera dimensión. Todo ello se puede admirar en el ejemplar de la Inmaculada Concepción que hay en Tíjola, donde además encontramos claras similitudes con las siete Inmaculadas que le fueron encargadas al pintor entre la década de 1650 a 1660, y en especial con la que se conserva en el Museo Diocesano de Vitoria.
Entre las carencias e ironías de la comarca volvemos a encontrarnos con argumentos inesperados para su promoción y puesta en valor. Hay que exigirle a los representantes políticos y sociales una mayor implicación en la cultura y una actitud más activa en su financiación, a la vez que sería aconsejable una estrategia común para formar a quienes han de decidir por nosotros cómo y de qué manera se invierte nuestro dinero y a quienes se autoriza a fijar los hitos comarcales. También incluiría un mapa de carreteras para quien no sabe ir a los pueblos y desconoce sus nombres. En una sociedad contagiada por administraciones donde tan poco se valora el humanismo, la cultura y se fomenta el desarrollo de la investigación y promoción de todo aquello que se aleja del sentimiento empresarial, damos pie a que nos falten al respeto minimizando algo tan serio como nuestra identidad. Piénsenlo.
Francisco Javier Fernández Espinosa
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