Eloísa Benítez
Martes, 10 de mayo 2016, 05:59
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El Almanzora se enfrenta hoy, una vez más, a una encrucijada histórica de la que saldrá magnificado, esplendoroso, como muchos esperamos desde hace tanto tiempo, o, por el contrario, morirá en agonía como tantas veces y habrá que empezar de nuevo; Sísifo de la terquedad, eterno retorno. Una subsistencia modesta y una falta de oportunidades en las pequeñas poblaciones definitivamente insostenible (que propicia el despoblamiento), una industria de la piedra en trance de dificultad por la sepultura estatal de la construcción, una desnaturalización progresiva del urbanismo auténtico y sus tipologías arquitectónicas en los pueblos de esta tierra, una escasa o nula puesta en valor del poco y maltrecho patrimonio monumental y una demostrada incapacidad de venderse y hacerse atractivo al exterior, plantean un cuadro de condicionantes muy poco favorables al desenlace feliz. No obstante existe un camino, insospechado para muchos e inconcebible para una mayoría de representantes: la definitiva puesta en valor los referentes culturales de la comarca. En el tiempo de esclavitudes dinerarias, imperio de lo económico, hemos hecho referentes indiscutidos e indiscutibles a ciertos empresarios, premiados y enaltecidos a cada instante; próceres y embajadores de la preeminencia. La industria genera riqueza y productividad, desarrollo y pan, pero no justifica una población, una comarca y mucho menos una cultura o una identidad. La historia hará tabla rasa con ella. Muchas veces he pensado que, desaparecida la industria de la piedra, acabará todo vestigio de civilización en nuestra tierra si no sabemos inventar o soñar. A diferencia de otros lugares más prósperos y menos duros, el Almanzora ha dado y da milagros puntuales; nombres y hechos de la cultura que justifican por sí solos toda una colectividad, referentes necesarios para un tiempo de incertidumbres y oscuros presagios. Nietzsche decía que sólo por estas individualidades se justifican la existencia y el mundo. El Almanzora lo ejemplifica a la perfección.
Andrés García Ibáñez
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