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Ante un mundo asediado

Ante un mundo asediado

Ante un mundo asediado de hechos infamantes, la llamada a la acción para el cumplimiento de la justicia y de la dignidad no admite demora. ¿De qué manera unimos nuestro esfuerzo para la eliminación de la pobreza, torturas, ejecuciones, guerras y masacres? ¿En qué medida estamos volcados -para que desaparezcan de la tierra- la intolerancia, el racismo, el rechazo social a causa de las carencias, las expulsiones, detenciones secretas, violencia y terrorismo contra las mujeres, violaciones y las indignas señales del odio sobre los desterrados?

Ideal.es

Martes, 10 de mayo 2016, 06:02

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A todas las gentes de conciencia luminosa van dirigidas la constatación de los derechos cumplidos, y las denuncias, aireadas por las organizaciones no gubernamentales que, cada día, y a riesgo de sus vidas, exigen respuestas favorables al respeto de todas las personas. Nadie ha de quedar al margen de este compromiso. Ningún dolor nos sea ajeno. Ningún grito tapado y silenciado. Es acuciante que, los escritores, poetas, periodistas y creadores, abandonen el ensimismamiento y se entreguen con todo el ser, y todas las potencialidades a su alcance, en defensa de dicha dignidad. Nunca han tenido tanta vigencia, como ahora, los versos de Gabriel Celaya, poeta formado en el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza: "Maldigo la poesía concebida como un lujo/ cultural por los neutrales/ que, lavándose las manos, se desentienden y evaden./ Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse", (aquí "partido" es compromiso, decisión, no militancia ciega) canción que pide hundirse hasta la cintura con el fango de la realidad más dura, como quería Lorca (cuyo libro Poeta en Nueva York es una denuncia sin paliativos de la vulneración de los derechos de las gentes). Mantengo mi entera esperanza en los movimientos y revoluciones de millones de seres en el planeta, que aspiran a una justicia verdadera. Y creo que ha de ser generosa y abundante la cosecha de un nuevo pacifismo, entre la juventud de nuestro país -en ebullición- pues he visto de cerca su energía poderosa, levantarse con inteligencia y empeño en las plazas de la Indignación. Nunca, hasta ahora, hemos tenido en los continentes una irrupción de millones de personas con tanto alcance, ni los medios e instrumentos para la denuncia y exigencia inmediatas. En estos días de cambios -tan profundos- ya se vislumbra la claridad de una tierra más noble. He visto cómo algunos grupos de poetas, periodistas, narradores, dramaturgos, pintoras, escritoras o actrices, han salido a solidarizarse y comprometerse en lo más hondo con los ajenos sufrimientos. Y he sentido sus estremecimientos como un don venturoso de este tiempo. Pero también seguimos siendo sobrepasados por la monstruosidad. No podemos felicitar, ni felicitarnos, por el terrorismo de estado en ciertos países, por las invasiones bendecidas -como la de Irak; o Libia, un esperpento de nuestro gobierno en derrumbe, santificado por grupos salvapatrias del Congreso-; por el mantenimiento de la pena de muerte en países abanderados de la libertad; por los genocidios permitidos, por el tiempo paralizado sin deshacer las angustias de los pueblos, víctimas de una deshumanización interminable (como en los campamentos saharauis y la franja de Gaza) o la desalentadora vulneración de los derechos en el mundo. El pacifismo y el humanismo solo tienen un camino: el de la dignidad absoluta. Ante un mundo asediado de hechos infamantes no vale callar, mirar para otro lado y lavarse las manos. Ni desentenderse ni evadirse. Mucho se espera de quienes escuchan los lamentos de los seres sufrientes, y activan el alma para crear las condiciones idóneas para la existencia del pan, la paz y la equidad, para todas las criaturas del planeta.

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